El presidente de AMIThE , Mantenedor del Pórtico Literario de Munera (Albacete) 

El presidente de AMIThE , Mantenedor del Pórtico Literario de Munera (Albacete) 

Javier López-Galiacho fue invitado por el Ayuntamiento de Munera para ejercer de Mantendor del Pórtico Literio de la localidad cervantina de Munera en Albacete. 

Galiacho, cuya familia materna era de Munera,  llenó su intervención  de recuerdos munereños,  a la vez que recordó con orgullo que su  tio Eugenio Paños, natural de Munera y  quien levantó con su abuelo aquellos Almancenes Paños de la capital albacetense,  salvó de la especulación y venta a unos inmobiliarios,  el castillo medieval de Munera,  comprándolo por 75 mil pesetas en 1970 y donándolo al Municipio. 

Entre las tierras donadas estaba  el paraje conocido como de los Casares donde cuenta la leyenda que se celebraron las celebres Bodas de Camacho que Cervantes recoge  en la segunda parte de Don Quijote.

Querido alcalde Desiderio, autoridades, concejales, especialmente un saludo para la concejala de turismo, Maria Angeles Arenas, quien ha insistido desde hace dos años hasta que mi presencia como Mantenedor en este prestigioso pórtico literario, se ha hecho posible al poder cuadrar las agendas en un mes de septiembre complicado por el inicio de curso académico en la universidad. 

También mi admiración y reconocimiento a todos los oradores e intervinientes en este prestigioso pórtico literario de la Feria de Munera con un saludo muy cariñoso a todos los asistentes.  

Es finalidad de un mantenedor literario, avivar la llama de la pasión y el deseo por la mejor lectura. Desde mis primeros años de vida y a partir de  aprender a leer, los libros han sido mis amigos, mis fieles compañeros. Especialmente aquellos que estaban a tiro en las bibliotecas familiares, sin obviar que fui, y sigo siendo, voraz lector de periódicos, principalmente en papel. Decía mi abuela que casi aprendí a leer en el Diario ABC, aquel que Paco Umbral bautizó como la grapa de España. 

En las bibliotecas familiares abundaban autores entonces de fama como Gironella, Delibes, Cela, Benet, Umbral, Torrente Ballester, pero también otros clásicos como Varela, Clarín, Unamuno, junto a tres autores que me engancharían de por vida: Galdós, Azorín y Baroja. 

Recientemente acabo de publicar una obra a caballo entre el drama y la novela como es “El lector de Galdós”, basado en el hecho real de que mi bisabuelo, el actor Pepe López Alonso, fue lector privado de don Benito cuando el autor canario quedó ciego. A partir de ese encuentro personal, me he imaginado una confesión de Galdós a su lector sobre su vida, su obra, sus monumentales novelas, su éxito en el teatro, su participación política, su visión de España. Libro que hoy donaré a vuestra Biblioteca. 

Don Benito confesó algunos retales de su vida, interesadamente amnésico de la parte más jugosa, en aquellas cuartillas que publicó bajo el título que ya lo decía todo: “Memorias de un desmemoriado”. Mejor dicho,  que deberí haber titulado como  “Memorias de un “interesadamente” desmemoriado”. 

El género memorial, el de la confesión literaria de la intimidad del escritor, del que fue precursor el emperador Marco Aurelio o detalló el mismísimo Montaigne, también atrapó a mi admirado Azorín quien se confesaría en sus “Memorias inmemoriales” (1946) y al propio don Pio Baroja, narrador extraordinario, pero memorialista deslavazado ,  con su obra  “Desde la última vuelta del camino”, publicadas en 1944.

Este Mantenedor que ya podría escribir sus memorias con aquel título de “Memorias de un sesentón” del célebre escritor costumbrista de Madrid,  don Ramón de Mesonero Romanos, es aficionado en sus escritos a retratar el costumbrismo de lo que ha vivido. Por cierto, hay un momento en “Fortunata y Jacinta”  donde el personaje de Plácido Estupiñá cuenta como don Ramón de Mesoneros le recordó que la historia viva es la que se aprende con los propios ojos: “vi a José I como le usted viendo a usted ahora”. 

Dice mi amigo Javier Ruiz de Onda Cero que cuando me lee en mi columna “La clá” de los martes en de La Tribuna de Albacete, a veces soy Galdós de Albacete y otras ese Mesonero Romanos que inventaría el Albacete pasado. 

Pues bien, esta noche ante las buenas gentes de esta Munera, tan bella y festiva, quiero hacer recuento de mis recuerdos de este pueblo que corre por mi sangre materna aun viva. 

Desde niño aprendimos a amar Munera. Mi abuela, nuestra abuela, pues está aqui conmigo mi primo hermano Enrique, era Margarita Paños Morcillo, dos apellidos muy de la comarca. Los Paños Morcillo fueron emprendedores munereños, con raíces en El Bonillo y en El Ballestero, que se desplazaron en los tiempos de la II República a Albacete capital para junto a mi abuelo Manolo Perona, natural del conquense pueblo de  Santa Maria del Campo Rus, levantar en la calle mayor 1, confluencia con la Plaza Mayor, aquellos populares Almacenes Paños de tejidos, telas y ropa de hogar. 

Establecimiento que funcionó hasta 1985 y sobre cuyo edificio ahora se levanta una gran perfumería y un novísimo bloque de pisos. 

La habitación de mi abuela en su cercana casa familiar de la calle Mayor 5, vestida con 2 camas de colchones de lana y amplia cómoda, estaba presidida por un cuadro enorme de la patrona de Munera, la Virgen de la Fuente, y antes de dormir la rezábamos. La abuela como regalo nos contaba sus historias de Munera, como aquel rayo que mató a un familiar sobre una mula en las tierras familiares llamado el “Cuarto Paños”.

Con los años y al sacarme el carné de conducir llevaba con su elegante 124 sport a mi tío Eugenio Paños, el hermano de mi abuela,  a su Munera. Le gustaba salir con la llegada de la tarde. Una vez pasada la recta de Albacete a Barrax enfilábamos hacia Munera adentrándonos en otro paisaje con el monte ondulado por bajas encinas y el color rojizo, arcilloso, de la tierra. Ese tono que infiere una visión calidoscópica, múltiple, cambiante al campo de Munera. 

Al pasar el repetidor de TV, por cierto, innovador en la provincia y que hacía que habitantes de la capital se desplazaran a Munera por la calidad de la recepción del televisor a ver toros y futbol por TV, ya se divisaba en la lontananza la atalaya de la histórica Munera la Bella . 

Entrabamos a Munera por la calle real y luego de Albacete, para saludar a sus primos Felipe y Luisa Morcillo. En la fonda de la Luisa, de la calle del Pozo, comíamos como en una venta manchega junto a viajantes, sacados de “La muerte de un viajante” de Arthur Miller,  que pernoctaban en su limpísimo establecimiento. 

Otras tantas veces,  cruzábamos la calle para saludar a los primos herreros de Esteban Morcillo, a los de la forja, para luego tomar el café en casa del maestro Felipe Morcillo cundo estaba por Munera al ocupar plaza de profesor en Gran Canaria. Un munereño de la diáspora.

Luego íbamos a la señorial mansión del empresario don Pedro Fornés para que la Vicenta y Vicente nos entregaran las orzas de queso en aceite y lomo preparadas para llevar a la capital.  

Cuando don Pedro estaba en casa nos pasaba a su preciosa estancia con ese patio andaluz que para mí era un santuario taurino lleno de cartelería y trajes de toreros donde descubrí la presencia de un torero especial para Fornés como fue Eusebio de la Cruz, que tomaría la alternativa en 1970 de la mano de Andres Hernando tras fallarle el año anterior la figura más internacional de la Fiesta como fue El Cordobés. 

Los días de toros llegábamos a la placita de toros de 1913 que es única en su género; nadie diría que dentro, detrás de sus encaladas tapias, se levanta esta coqueta plaza.

Pedro Fornés, hijo del fundador de la plaza, el ultimo romántico de la tauromaquia, siempre embutido en su guayabera color crema, nos enseñaba la corrida desembarcada del día, nos mostraba los palquitos decorados con hierros ganaderos, el palco que fue de su madre y que a su muerte tapió, la enfermería con todos los adelantos. Y como olvidarme en los tendidos de aquella dinámica peña taurina de Munera como fue la de “Palmas y pitos”.

Mis recuerdos se extienden a la fábrica de quesos del cercano Sotuélamos o a comprar a la carnicería lo que nosotros llamamos guarras y vos llamáis Güeñas. 

Y qué decir de la búsqueda y captura de los singulares mantecados de vino blanco de Munera, riquísimos, no hay nada igual en España, a los que auguro el mismo éxito nacional que han tenido los Miguelitos de la Roda. 

No podía faltar al ir a Munera la visita a vuestra coqueta y recogedora Iglesia de San Sebastián y una oración en su tumba por el hoy Beato párroco don Bartolomé, del que nuestros mayores nos recordaban que fue muerto en esa guerra incivil para todos de 1936. 

Y mientras esperábamos algún familiar o conocido, parábamos en ese Casino que tiene el nombre de “La Amistad”. Su sugerente nombre siempre me evoca a Cicerón quien escribió su tratado sobre la amistad, “De amitice”. Marco Tulio Cicerón nos recordaba que en el amigo debe valorarse la virtud, porque solo el hombre virtuoso puede conocer la verdadera amistad. 

Recorrer luego el Paraje de los Casares, con su castillo medieval del que mi tío Eugenio comentaba que lo había comprado por 75 mil de pesetas (¡de entonces!) a unos especuladores que querían desarrollar viviendas y luego lo cedió al pueblo. Dato que atestigua Enrique Garcia Solana en su libro “Munera por dentro” cuando señala que mi tío Eugenio Paños, el donante, “manifestó su deseo de donarlo al Municipio porque no quería que en su pueblo surgiera otro Gibraltar al hacerse con el cualquier extranjero”. 

Allí dicen los historiadores se celebraron las célebres bodas de Camacho que han quedado en el imaginario popular como medida de tirar la casa por ventana en una celebración matrimonial. De ellas da cuenta Cervantes en la parte segunda del Quijote y hace testigo al caballero de la triste figura y a su fiel escudero. El episodio es un canto de Cervantes a la meritocracia compasiva recreada en el pobre Basilio en su treta para conquistar de la bella Quiteria frente a la aristocracia material del hacendado Camacho. 

Este fastuoso pasaje contiene el antecedente del célebre mago escapista Houdini encarnado 400 años antes por el sorprendente Basilio que engaña con su estratagema bien estudiada y montada a todos los presentes representando su auto muerte ficticia. Hay un momento que de conocerlo los dueños del canadiense Circo del Sol, lo hubieran copiado como lema. Dice Cervantes: “La gente decía: “¡Milagro, milagro!”. Basilio replicó: “¡No milagro, milagro, sino industria, industria!”.

Tras avistar los Casares, parábamos en el restaurante de Miguel Hernández a tomar una tajada entre pan casero, para aun con el regusto en el gaznate, acercarnos al santuario de la Virgen de la Fuente y más tarde al Molino de la Bella Quiteria que levantaron don Enrique G. Solana y  Amparo Gavidia, a cuyo hijo, brillante periodista en Radio Albacete, la muerte levantó temprano. 

En las tardes noches de feria, tras los toros, paseábamos por los cacharritos puestos en la calle de la salida de Albacete con aquellas atracciones de la ola, los coches de choque, sin olvidar pasar por el tristemente desaparecido cine Manisa. 

Y fuera de Munera, ya en Albacete, al llegar las navidades y con vuestros mantecados regados con un sorbito de cava catalán de Codorniu que nos traía mi primo Enrique y su familia desde Barcelona, brindábamos mirándonos a los ojos, mientras cantábamos aquel villancico que mis mayores aprendieron en Munera, ese que dice “al dar el reloj las 12 del cielo se oyó una voz que se alegren los mortales que ha nacido el niño Dios”. 

Es momento de cerrar ya la casa encendida que siempre es la memoria. El ejercicio de recordar decía el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en sus leídas memorias, también permite vernos mejor a nosotros mismos, saber lo que hemos sido y, así, lo que podemos ser. 

No olvidemos que «Uno vive en la memoria de los demás; no hay inmortalidad, solo hay memoria». 

Hoy recordando, hemos dado vida a los que se fueron: los Paños, los Morcillos, Fornés, Garcia Solana, Gavidia,  don Bartolomé, etc. . Ya dijo Oscar Wilde que nadie muere mientras que se le recuerda. 

Azorín, mi amado Azorín, dejó escrito que vivir es ver volver y hoy ha vuelto a la Munera de sus ancestros maternos, aquel niño que fui, agradecido por designarme para cerrar este Pórtico.

Señoras y señores, proclamemos in voce que amar la literatura es amar la libertad, el bien más preciado, amigo Sancho. 

Mujeres y hombres de Munera, amigos todos de la cultura, deleitémonos coreando: 

¡Viva la Feria de Munera!

¡Viva su Pórtico literario! 

¡Viva Munera!

Javier López-Galiacho Perona

Albacetense, jurista, escritor, académico y profesor. 

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